LXXIII. Flores, Demasiadas Flores Amarillas

 


Flores, Demasiadas Flores Amarillas

La mañana que emborrachaba mis sentimientos

Hasta dejarme sin expresiones hace de sus impulsos.

La cortina estancada y atrapada en el mismo ambiente de siempre,

Como implicando mi deriva en pura marginal pesadumbre.

No esperaba nada, no tenía alguna esperanza como entrada.

Levantándome, aquí deseando el mundo pare y me deje resguardarme en mi frazada.


Mi cielo profundo atestiguando mi andada, aquí sigo atrapado;

Con esa fantasía sexual, tan osada, alguien me desee de cualquier modo.

Fue ahí cuando llegaste, cuando cruzaste mirada en apuntar tus arcadas.

Fermentando la labia indescriptible varada en la punta de tu lengua,

Miles de veces esperando que se corroa indeleble, di hasta tregua.

Me pediste encontrar las flores más lindas;

Las flores más amarrillas que escasean en estas ciudadelas.

Con las nubes amalgamando mis infortunios

Solté lo que quisiste siempre escuchar salir de mis labios:

“Así sea las veces que tú quieras y podamos”.


La juventud del pasto recorriendo a la par nuestro viaje;

Brisa murmurante escapando furtivas como follaje.

Era la mañana más linda que presencié,

No esperaba nada, que maldito sea mi relieve.

Mientras viraba esperando alguna trampa llegando,

Sentía el nervio de preguntarte como esto estaba andando,

Mientras, villancicos de días mortales me generaban agruras,

Gritos de cada yo haciéndose sus conjeturas;

Cuando la presión se convirtió en vapor,

Alcancé a esfumar alguna azarosa pregunta.

¿Mientras mayor sea el amarillo que comprende mi piel...

Será así el sello que convergerá para ser yo tu cordel?







Cualquier ruido sepultaba alguna esperanza,

Y rendido, cayó el peso final para enterrarlo.

Pequeñas risas que se juntaban con el cóctel mental mío

Para crear, con todo pronóstico, un paraíso único.


En el camino, me dejé arremeter en el lodo.

Quizás fui demasiado intenso, pero de ahí encontré alojo.

Con escucharte cada vez más cerca,

Sentía el corazón caer de vuelta.

Mortales las mañanas, esplendidas las noches.

No tenía resquicio, ni siquiera tenía sentido.

Pero armando bizarramente esta rompecabezas

Me encontré jactándome alguna sorpresa en la cabeza.


En el silencio que se convirtió en risueños

Descubrí el encanto elegante de tus señuelos.

Todavía con el miedo rodeando mis rodillas;

Me levanté con tal de no dejarte más fracturas.

En el tintineo redundante atravesando mis arterias,

Encontré el tamaño correcto de mis huesos para tus fantasías.

Con las muecas de grandes verdugos

Solo soltaste algunos insultos.


Cuando topé las hermosas flores, las más amarillas,

La necesidad de refugiarlas en mi pecho se hacía de las mías.

¿Las dejaría perecer con el veneno de tus encantos

En las puntas más finas de tus manos con enredones?

Como la corrosión de tus perdones se impregne en su manto inocente,

Me llamarías paranoico con decirte que dejándote hacer eso ni en mi muerte

Encontraría agonía para confesarme de brazos cruzados por permitirme dejarte.

Contradije mi religión y opinión,

Y dirás que solo era un juego sin diversión.


Lo que presentía era una inocente pasada en viento enamorado,

Terminó en las pesadillas que nunca hubiera imaginado.

Fue ahí que entendí las cosas de una maldita vez.

No querías las flores amarillas de este parque de pasante vejez,

Y ahí mi cara se convirtió en la crudeza de tanta impotencia.

Me quería alejar, intenté hacerme el de temer,

No puedes hacerlo cuando la presa solo sabe llorar y perder.

Y en mí, encontré el pequeño conejo que cayó en el hoyo.

Así de triste y fantasioso, como de jocoso y horroroso.


No sabré que más habrá en mis pequeños conocimientos de este sitio,

Pero supongo seguirás en la caza para parar lo mejor de aquí por poderío,

En mi broté lo que intenté hacer para hacernos feliz.

Millones de razones para romper mi dogmática,

Conmoviendo lo inconmovible,

Y tú sabes demasiado bien que en ti encontré la luz;

Así como igual supiste atraparme como luciérnaga.

Y por más que encuentre la escapatoria para huir,

Me reencontrarás dañado en las alas para volverme a construir.

No hay salida, solo queda aquí quedarme y apuñalarme.

Me inculcaste tanto como para convertirme en aprendiz

De enseñanzas tan arraigadas a tu vieja generación que arremetes.


Temo que flores, demasiadas flores amarillas,

Ahí distribuidas en esta pequeña ciudad,

Hagas de su propio dueño para tus locuras,

Y así quitarles cualquier indicio de vitalidad.

-Ricardo Antonio Mena Madera

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