LXXVII. Sonata del Alma
La nevada que se reluce a la vista cuando recuerdo es mortal.
Si tuvieras mis evocaciones conmigo, la hipotermia sería mi sepultador.
Sin la compañía como aceite friendo el invierno de ahí afuera,
Sin el eco de una voz reflejando el camino verdadero.
Aun sintiendo el ojo de la tormenta, me congelaría esperando alguna respuesta tuya actual.
Mirando las ventanas que eran nuestra televisión, ahora empañadas de lágrimas mías.
Perjuré atravesar el puente contigo. Ahora me recuesto sabiendo que te has ido.
La chimenea se ha llenado de avalanchas de carbón a trozos
Se ha atrofiado de recuerdos que eran nuestros preciosos oros.
En la candela, calentando las mejillas;
Rojas como tu labial, frías como tu besar.
No te atreviste a comprometerte, pero te quise como si nadie estuviera más en esta deriva.
Con la mesa enfrente mío, me preparo la cena,
Con el cuchillo, en la espera de alguna novedad, me esmero por la escena.
La presión que genera el choque potente de mis muñecas,
El brote carmesí que sobresale tan oxidado de tanta espera a tus pistas.
Quisiera adularte con las canciones que te he escrito,
Las sonatas que resguardadas perdurarán en mi maleta,
Mojadas y desparramadas desde tu partida escapando sin mi corazón visto.
Las consecuencias que me ataron a seguir aquí,
Las mismas que decidí seguir.
El invierno se convertirá en mi único suplicia para lo efímera que será mi vida.
Y mientras te esperaba en la puerta con la esperanza de tu regreso,
Ahora serás tú quien espere verme con mi alma aun en esa maldita caseta.
Con las astillas del piso en las muñequeras de mis estribos,
En la estaca arcaica que me clavaste sin peros,
Recuerdo que mientras construíamos tu guitarra
Me veías, y yo te veía, tan majestuosa como rara.
Tuve que suponer desde eso como fui el creador del fin.
Como esa guitarra sería tu pasaje para viajar sin contemplarme a mí.
Si esas viejas melodías algún día llegaran a autorías mías,
Sería incapaz por sano juicio quemarlas.
Me odio por aspirar a olvidarte,
Cuando ni siquiera puedo odiarte.
Y esta paradoja encomendada me hacer desearte.
Me levanto diario para componer algo en el piano.
Ni la mejor sonata, tampoco la peor cantada.
Es difícil esclarecer las notas si mi mente solo recuerda tu canto,
Y cuando me atrevo a tocar, solo tus creaciones llego a recrear.
"La sonata del alma" era aquella obra que nombramos maestra,
Mientras con los dedos entrecruzados y el gramófono gritaba las orquestas
Nos mirábamos como la más fina cuerda que nos juntaba,
Como si la canción perfecta existiera al juntarnos.
La música paró, la noche cayó.
Nos acostamos, jamás nuestros ojos coincidieron.
Serás una estrella más en la que tu llamabas “el camino real”,
En la constelación que recreamos con los dedos en el piano,
Con la llama del toro en mí, con la virginidad blanca en ti.
Finalmente, mi alma escapará de ese soneto,
El canto armonioso del tormentoso descontento.
-Ricardo Antonio Mena Madera
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